No resulta alocado ver la obra de Xosé Artiaga a la luz – a las brumas – de Mondoñedo. La reivindicación de su lugar de origen es un dato que antepone, de forma natural, al recuento de exposiciones; y la niebla tras la cual se esconde la ciudad al visitante es una metáfora casi literal de su actitud como pintor.

XOSÉ ARTIAGA (Mondoñedo, Lugo, 1955)

Miguel Fernández-Cid
Catálogo de la exposición Pintores Galegos na EXPO ’92, abril de 1992.

No resulta alocado ver la obra de Xosé Artiaga a la luz – a las brumas – de Mondoñedo. La reivindicación de su lugar de origen es un dato que antepone, de forma natural, al recuento de exposiciones; y la niebla tras la cual se esconde la ciudad al visitante es una metáfora casi literal de su actitud como pintor. Si le añadimos que en los tres últimos años ha abandonado el ímpetu expresivo de sus inicios, época de exceso y tonos vivos, matizados por composiciones de tensión clásica, y se adentra en una notoria búsqueda de identidad y memoria, vía esas suaves superficies de color sobre las que -detenidos, suspendidos- recorta una torre o un tubo, la imagen tiende a cerrarse. Iguales y distintas, como los días, sus “presencias” tienen apariencia fria pero evocan un mirar selectivo, una actitud a un tiempo intensa y reflexiva. Con el cuadro convertido más que nunca en superficie de silencios y equilibrios, de un decir de voces bajas, de una evocación firme de la memoria.

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Contiene enlaces a sitios web de terceros con políticas de privacidad ajenas que podrás aceptar o no cuando accedas a ellos. Al hacer clic en el botón Aceptar, acepta el uso de estas tecnologías y el procesamiento de tus datos para estos propósitos. Más información
Privacidad