APARENTE SENCILLEZ DE LA PINTURA
Miguel Fernández-Cid
Catálogo de la exposición en Galería Sargadelos, marzo de 1986.
La figura se inclina sobre el lienzo y domina un gesto casi contenido; el esquema se repite y sirve para entrar en la obra de José Artiaga, armónica mezcla de exceso y contención. Hablamos, en suma, de medida y pintura, el ojo del pintor. Y no lo tiene nada malo Artiaga seleccionando imágenes, resolviéndolas. Con buen criterio dispone sus armas en composiciones de un audaz equilibrio, ése que asoma en el ambicioso «Soy lo que quise ser» (descarado primer plano del pintor con su lienzo, plenamente medido por la silueta femenina que se recorta en la luz: ¿habrá que insistir en la presencia velazqueña?), las manos opuestas en «Donde los ideales se separan», los contrapesos de «Cuando hoy es ayer». Más, con la contención, lo desmedido, el aplicar mucha materia antes de un barrido, llevar al límite la agrupación de colores — ¡y cómo emergen los distintos tonos de amarillo!—. Apariencia o claridad, todo se ordena: lo que podría parecer una pincelada rápida se sabe matizada, reflexiva; es la claridad tras el análisis, la evidencia. Artiaga, que trabaja inicialmente sus cuadros en un formato mínimo, «al modo antiguo», dice no tener gran dificultad al ampliar la escala. Cuando lo cuenta, algún pintor queda perplejo, a ellos les es difícil, se olvidan que el éxito reside en saber reorganizar los elementos y conocer los límites de la ampliación. Podría, en este punto, verse a Artiaga como un eficaz profesional: sabe que la pintura es un recorrido y en él se mece. Lo que ocurre es que lo debe tener tan claro que hasta simula hacerlo fácil; aparente sencillez de la pintura.