LA VOLUNTAD NARRATIVA DE JOSÉ ARTIAGA
Pablo Jiménez
El Punto, 6 al 12 de mayo de 1988.
Uno de los rasgos que tal vez pueda ser más identificadores de la pintura de los ochenta sea la aceptación de la figuración como símbolo, el tender a una forma de falsa narrativa simbólica en la que las figuras y objetos representados adquieren una densidad y una esencialidad de comunicación al tiempo que permanecen en un cierto primitivismo de formas y pinceladas. En el caso de José Artiaga (Mondoñedo, 1955) esta suerte de primitivo simbolismo se presenta bajo una faceta más intimista, parece tratarse de secretas alusiones a acontecimientos de una biografía personal que sustentan, sin estorbar en ningún momento, una pintura directa y fresca de encendido cromatismo a la que obligan a una diversidad que la pueden acercar a una extraña y misteriosa esencialidad o a un gestualismo más jugoso y violento. Aunque curiosamente sea en los dibujos donde el resultado queda claramente más redondo, con una mayor integración de todos los elementos y un deslumbrante resultado de ambiente e intensidad contenida. Pero no por ello deja de haber cuadros importantes, como por ejemplo en el que aparece el oso y el madroño con una vista de Madrid y en extraño tránsito hacia Galicia (representada por una serie de cruces), y en el que la diferencia de tratamiento de texturas, muy hábilmente moduladas, la intensidad de un formato excesivamente alargado (como para subrayar una voluntad narrativa), la fuerza simbólica y de color lo dotan de una jugosidad, de una tensión y de una fuerza evocadora realmente sorprendentes. El color directo y puro se revela como uno de los recursos más sólidos de este joven pintor, permitiéndole, sin tener que renunciar prácticamente a la rotundidad de gama, explorar con igual fuerza universos dinámicos y estáticos. En conjunto es una obra que parece funcionar por una serie de tensiones internas nacidas de la oposición de figuras u objetos, de su repetición con variaciones, o de una misteriosa densidad narrativa que saben encontrar una perfecta respuesta plástica en el dominio de unos procedimientos llenos de frescura y sustentados por una inmediatez que consigue una sensación de perfecta honradez y sinceridad. Si tuviéramos que planteamos qué puede aportar José Artiaga en esta su primera exposición madrileña a nuestro siempre complejo y rico panorama de la pintura joven, seguramente lo más llamativo sería la búsqueda por caminos totalmente inusuales de un intimismo que por fin no es ni lírico ni grandilocuente.